Sacro y profano, de Pedro Ganda |
Os presentamos dos palabras que tienen hoy día una vigencia absoluta: profano y fanático. Ambas provienen de una raíz común, como ahora veréis y han ido evolucionando por caminos que las han llevado a realidades bien distintas de aquellas en las que comenzaron su andadura como vocablos. Os esperamos en el borde del acantilado...
PROFANO
/ FANÁTICO
La
palabra “profano” procede del latín profānus que está
compuesta por la preposición pro que significa “delante”
y el sustantivo fanum que significa “templo”. Aludía a
todo aquello que estaba fuera del templo y no era, por tanto,
sagrado. En la antigüedad clásica se aplicaba a los excluidos de
las ceremonias religiosas cívicas por su conducta deshonesta o por
algún crimen; sólo en el período postclásico tomó el sentido de
“ignorante” posiblemente porque se refería a los que no estaban
iniciados en los cultos mistéricos y quedaban, por tanto, en la
ignorancia de las cosas que allí se explicaban.
Aunque su sentido más clásico se ha conservado: “que no es
sagrado, no sirve a usos sagrados, sino puramente secular”; el
sentido más común en la actualidad es “que carece de
conocimientos y autoridad en una materia”.
Fanaticus
era, en la antigua Roma, “servidor del templo” (fanum)
y solía designar a los vigilantes del mismo; pero luego se aplicó a
los adeptos en exclusiva de un determinado santuario o divinidad,
persona iluminadas o presas de furor religioso. Por eso hoy día es
un adjetivo que se aplica al que defiende con “apasionamiento y
tenacidad desmedida sus creencias y opiniones”.
La
palabra “fan” es un acortamiento (clipping) del término
inglés fanatic. La palabra fan está documenta en ese
idioma a finales del siglo XVII. No fue sino hasta 1984 que la Real
Academia Española admitió el término “fan” con el sentido de
“aficionado al extremo de una cosa o admirador incondicional de una
persona”.
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