El rincón de los lectores del IES Gabriel Miró

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jueves, 2 de marzo de 2017

Huellas del pasado. Nueva edición

Sacro y profano, de Pedro Ganda

Os presentamos dos palabras que tienen hoy día una vigencia absoluta: profano y fanático. Ambas provienen de una raíz común, como ahora veréis y han ido evolucionando por caminos que las han llevado a realidades bien distintas de aquellas en las que comenzaron su andadura como vocablos. Os esperamos en el borde del acantilado...




PROFANO / FANÁTICO
La palabra “profano” procede del latín profānus que está compuesta por la preposición pro que significa “delante” y el sustantivo fanum que significa “templo”. Aludía a todo aquello que estaba fuera del templo y no era, por tanto, sagrado. En la antigüedad clásica se aplicaba a los excluidos de las ceremonias religiosas cívicas por su conducta deshonesta o por algún crimen; sólo en el período postclásico tomó el sentido de “ignorante” posiblemente porque se refería a los que no estaban iniciados en los cultos mistéricos y quedaban, por tanto, en la ignorancia de las cosas que allí se explicaban.
Aunque su sentido más clásico se ha conservado: “que no es sagrado, no sirve a usos sagrados, sino puramente secular”; el sentido más común en la actualidad es “que carece de conocimientos y autoridad en una materia”.
Fanaticus era, en la antigua Roma, “servidor del templo” (fanum) y solía designar a los vigilantes del mismo; pero luego se aplicó a los adeptos en exclusiva de un determinado santuario o divinidad, persona iluminadas o presas de furor religioso. Por eso hoy día es un adjetivo que se aplica al que defiende con “apasionamiento y tenacidad desmedida sus creencias y opiniones”.
La palabra “fan” es un acortamiento (clipping) del término inglés fanatic. La palabra fan está documenta en ese idioma a finales del siglo XVII. No fue sino hasta 1984 que la Real Academia Española admitió el término “fan” con el sentido de “aficionado al extremo de una cosa o admirador incondicional de una persona”.



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