La
niña miraba por la ventana.
Con
la mirada triste y los ojos llorosos, recordaba esos momentos en que
nada importaba, era feliz.
Tenía
ilusiones; secretos; sueños.
De
repente, de golpe, sin más, todo cambió de tonalidad. La niña
estaba sola. Nadie más que ella.
Con
una sensación que recorría todo su cuerpo. Estaba cansada. Solo
quería observar los árboles, mover sus inmensas ramas, el ruido del
viento chocando en ellas. Era siniestro. Aquella noche de tormenta le
infundió un miedo aterrador.
Necesitaba
huir, olvidar todo aquello.
No,
no podía, estaba sola.
Cerró
los ojos y olvidó.
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