Volví a casa con el rímel derretido,
dando al descubierto mi verdadera faceta.
“¿Por qué?” Me preguntaba una y otra vez.
Mis manos llenas de sangre, al igual que mi blanco e inocente vestido de novia.
Me senté en el sofá, limpiando mis lágrimas en el vestido. Mis manos temblaban
incontroladamente.
Pensaba en qué debía hacer cuando, de pronto,
oigo sonar el móvil. Fui a por él mientras intentaba relajarme antes de
responder:
—¿D-diga?
—…
Cuelgan el teléfono, dejándome con la
duda de quién podría ser.
Pensando en lo ocurrido, algo me llama la atención en la pared: una mancha de
sangre la cual se hacía grande cada vez más. Agitada, me giro hacia la puerta
de salida, pero, de pronto, me quedo helada:
—¿Tú? P-pero si tu ya no existes, ¿c-cómo es
posible?
—No soy yo
el que no existe, querida viuda.
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