El rincón de los lectores del IES Gabriel Miró

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jueves, 27 de abril de 2017

Vuelve "Huellas del pasado"

Tras el necesario parón vacacional, vuelve a nuestro blog la sección de etimología que nos trae cada semana el origen de distintos términos sugeridos por el profesor de griego de nuestro centro D. Javier Murcia. Esta semana nos llega una palabra frondosa y peliaguda. 

Asomaos, como siempre con curiosidad, al acantilado...

MOSTACHO
Esta palabra procede del griego μουστάκιον que es el diminutivo de μύσταξ, “labio superior” y “bigote”. En Época Bizantina los poblados bigotes de los griegos llamaron la atención de los viajeros y esta palabra pasó a Occidente con  este valor. Se la considera en español como un italianismo, pues en aquella época eran los venecianos y los genoveses, grandes comerciantes en el Mediterráneo oriental, los que trataban con los griegos. El italiano mostaccio influyó en todas las lenguas europeas: en francés moustache de donde pasó al inglés mostache; En español está atestiguada en el siglo XVI con el valor de “bigote grande y espeso”.
Curiosamente en español ya se empleaba desde el 1475 la palabra “bigote” que es de origen incierto; tal vez procedente de bi God “por Dios”; era un juramento que se empleaba como apodo para llamar a las personas con bigote; esta expresión vino de Francia, pues hay pruebas de que la moda de llevar bigote llegó a Castilla desde ese país en el siglo XV. 


viernes, 7 de abril de 2017

Huellas del pasado

Con la palabra que os traemos esta semana volvemos a hacer hincapié en lo azarosa y caprichosa que es la etimología. Las palabras, como aves migratorias, pasan por lugares, lenguas y avatares diversos hasta llegar a su definitivo enclave. El ejemplo de esta semana ilustra bien lo que decimos. Asomaos al acantilado, pero sed puntuales...

RELOJ:
Según Corominas, esta palabra entró al español hacia el 1400 procedente del catalán antiguo relotge que a su vez tuvo otra forma más primitiva orollotge. Esta última se acerca más a la etimología de la palabra que es el latín horologium que procedía en última instancia del griego ὡρολόγιον que significaba “reloj de sol”: estaba formada por composición (a la que tanto tendía la lengua griega) de ὥρα “hora” y λέγω “contar”. Los griegos fueron grandes aficionados a los relojes de sol y luego los romanos siguieron esta costumbre; de todas formas su exactitud era muy discutible como podemos concluir por la frase de Séneca: “es más fácil poner de acuerdo a los filósofos que a los relojes”.

En español se adaptó la palabra del catalán como *reloje cuyo plural es “relojes”; precisamente de aquí, del plural, se sacó el singular por analogía: “reloj”.