Tomo
su mano con delicad
eza. Cada vez que observo su pálida piel, algo,
en lo más profundo de mi ser, se aviva. No sé si llamarlo amor.
Siempre hablan de él como algo eterno, algo que consigue ir más
allá de todo, pero cuando la miro, sé perfectamente que no será
eterno, que se acabará.
Ahora mismo se haya durmiendo plácidamente y yo no puedo parar de observarla. ¡Dios! Es una criatura tan pura en un mundo tan destrozado.
“¡Oh! ¡Mírala!”- pienso mientras observo como va abriendo sus ojos lentamente y ese momento, que creía eterno, se acaba. Le acaricio la mejilla y suavemente le susurro: “Ahora te tendré que matar, mi querido ángel”. Odio cuando todo llega a su fin, siempre me parte el alma oírles gritar cuando les anuncio su liberación de esta carga tan mundanal. Aunque no lo entiendan, es todo por su bien.
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