Un nuevo curso comenzaba,
llegué con muchas ganas, pero un poco nerviosa por los profesores y compañeros.
El salón de actos estaba abierto, los alumnos entramos y nos sentamos. Llegó el
momento, me tocaba a mí, me nombraron y me dirigí hacia donde estaban todos. Entablé
conversación con dos amigos, cuando, me fijé en un chico serio que estaba
sentado en la última fila, giré la cabeza, nuestras miradas coincidieron y me
respondió con una sonrisa. La presentación acabó, de camino a casa medité ese
momento que me había resultado tan raro. Nos vimos, pero solo por los pasillos,
finalmente un día en el recreo, surgió una conversación entre los dos, y nos
sentamos en un banco. Sonó la sirena, ninguno de los dos reaccionó, cada vez
estábamos más juntos, hasta el punto en que nuestras cabezas chocaron y…
nuestros labios también. No me importó que él fuera un profesor.
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