Cuarenta días
El desierto es un reloj de arena que se traga los días. No estoy solo, los buitres vuelan
bajo y las nubes se mecen insinuando una lluvia imposible. En el horizonte hay un
oasis, no voy. De las dunas brotan aguas, no las bebo. Del cielo caen manjares, no los
pruebo. Aun siendo simple a la vista, el páramo se enrevesa como un laberinto cada
amanecer, pero no pienso mucho en eso, de hecho no pienso en nada. Algunas veces
pretendo ser un rey y que todos los granos de arena son mis súbditos y marcho sobre
ellos e imagino que me alaban llamándome Señor Infinito pues mi Reino entero no lo
alcanza la vista. Se bien que no me he vuelto loco pues así combato a mi mayor
enemigo, el aburrimiento. Los buitres ya se han ido. Aparece una paloma blanca y me
guía de vuelta a casa.
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