El rincón de los lectores del IES Gabriel Miró

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viernes, 17 de febrero de 2017

Huellas del pasado. Cuarta edición

Retomamos nuestra cita semanal con la etimología de la mano del profesor de griego D. Javier Murcia. Esta semana nos entrega el origen de una palabra que ha tenido en la cultura cristiana un gran protagonismo. Hablamos de demonio, término asociado a las orígenes del cristianismo y que ha provocado en diferentes periodos de nuestra historia episodios curiosos a la par que reprobables. Pensemos, por ejemplo, en el Tribunal de la Inquisición, que durante los siglos oscuros del cristianismo más rancio, tuvo al vocablo demonio como obsesión recurrente.

Sobre demonios

En el mundo clásico no había una divinidad específicamente malvada o perversa; los dioses, por su carácter antropomórfico, una veces eran buenos y otras malos, como en definitiva, pasa con los hombres. 
Cuando el cristianismo se extendió por el mundo grecolatino se vio en la necesidad de nombrar a ese espíritu consagrado al mal. El Nuevo Testamento usó un término griego para esta entidad singular: διάβολος. Estaba formado sobre la raíz del verbo διαβάλλω que significa “calumniar”, “enemistar” o sembrar cizaña”. En latín pasó como diabolus y por síncopa (pérdida de un sonido en el interior de la palabra, en este caso la vocal “o”) daría en español: diablo, es decir, “el que siembra cizaña”.
Muchos espíritus inmundos acompañaban y ayudaban en su tarea a este ser malvado; para  ellos también se buscó otra palabra griega. Existía en griego el término δαίμων (daimon) que significa “dios” o “divinidad”. Eran dioses menores, pero, por eso mismo, cercanos a los hombres. Eran una especie de genio tutelar de carácter personal que acompañaba a cada hombre durante su vida y condicionaba su carácter. Los romanos se referían a ellos con el término genius.

Sabemos que Sócrates tenía una divinidad personal que le daba señales y le aconsejaba sobre los más diversos aspectos de la vida. En los textos clásicos se refieren a este espíritu o genio socrático con el término δαιμόνιον (daimonion). Este término daimonion fue usado por los cristianos para referirse a los “espíritus inmundos”. Aparece ya en el Nuevo Testamento y de ahí paso al latín (daemonium)  y del latín al español por evolución normal: demonio. 

Sobre daemonium se creó la palabra “pandemonio” que el diccionario define como “lugar donde hay mucho ruido y confusión”. Fue un término inventado por el escritor inglés John Milton (1608-1674) en su obra titulada El paraíso perdido (1667),  para nombrar al palacio del reino infernal. Lo formó con la palabra griega pan- que significa “todo”.

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