El rincón de los lectores del IES Gabriel Miró

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viernes, 14 de mayo de 2021

Poemas escondidos: hoy "Calostros", de Bibiana Collado, comentado por Miguel Ángel Girona

Bibiana Collado


Bibiana Collado Cabrera (Burriana, 1985) es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia, donde también realizó el Máster de Estudios Hispánicos Avanzados (obteniendo el Premio Extraordinario de Máster). En 2014 defendió su tesis doctoral, titulada El imperio nuevo de tu palabra: Canon, tradición y ruptura en poetas cubanas de la Revolución. Dicha tesis fue llevada a cabo gracias a una Beca de Formación de Profesorado Universitario del Ministerio de Educación y Ciencia, la cual le permitió realizar estancias de investigación en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana y en la Universidad Autónoma Metropolitana de México.

En el ámbito de la escritura poética ha obtenido los siguientes reconocimientos: Premio Voces Nuevas de poesía, organizado por la Editorial Torremozas (2009); Premio Universidad de Valencia de Escritura de Creación, en castellano (2009) y en valenciano (2012); XXXIV Premio de poesía Arcipreste de Hita (2012); accésit del Premio Adonáis (2016) y Premio Complutense de Literatura 2017.

Para Miguel Ángel, en el poema, la autora recuerda a su madre cuando le decía que se tomase la leche  pero a ella no le gustaba nada. Entonces cuando ve un vaso de leche se acuerda, con ternura y nostalgia, de la frase que le decía: un vasito de leche y a dormir.

También el tono nostálgico y evocador que reina en todo el poema, ya sea para recordar buenos o malos momentos: vinieron la sed y los viajes y los cuerpos y las bifurcaciones, mostrando así una época ya pasada con su familiar y que ahora ya no está.

Calostro

Nunca me ha gustado la leche:

el tacto del cuajo en el paladar,

su lento y caliente descenso

hacia el interior de la infancia.

 

La fe nutricia de las madres

sostuvo a la mía en la lucha

contra mi terca negativa.

 

Monjas y pediatras se comportaron

como artilleros

en la perdida batalla del gusto.

 

La insistencia del mundo reforzaba

la vehemencia de mi rechazo.

 

Sus tibias órdenes tan solo

lograban adensar el líquido

en mi garganta,

cerrar la esponjosa niñez

de mi barriga,

incapaz de ingerir la láctea

blancura y su promesa.

 

El recuerdo del hambre,

tenazmente agarrado a los huesos,

convertía la mala digestión

en una variable inconcebible.

 

-Quien hubiera tenido leche a mano

en aquella época-

susurra una de mis abuelas,

al fondo.

 

Pese a todo, el tiempo empuja

y mi pequeño cuerpo alambrado

fue adquiriendo, poco a poco,

la fortaleza

                   destartalada

del imparable crecimiento.

 

La juventud me libró del regusto

fermentado de aquella infancia

y me hizo creer

que los blandos guardianes

de la primera edad

ya no eran necesarios.

 

Los huesos, que nada sabían

entonces de falta de calcio

ni de vulnerabilidad

ni de lo que será quebrarse,

mostraban la pujanza de la vida,

el vibrante deseo de ser.

 

Vinieron la sed y los viajes

y los cuerpos y las bifurcaciones.

 

Empecé a tener miedo,

no de los dragones y sus escamas

brillantes, sino de mí misma.

 

Después de deshacer el mundo,

decidí construirlo.

Maduré, quién sabe.

 

Lo único cierto es que

nunca me ha gustado la leche,

tampoco ahora.

 

Y, sin embargo,

si aprieto muy fuerte los ojos,

solo pienso en cuánto me gustaría

escucharle decirme una vez más:

 

un vasito de leche y a dormir”.

 


















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